Sobre los buenos sentimientos y la poesía de Rafael Reig
Como apunta Lawrence LeShan , una cosa es la “realidad mítica” de la guerra y otra, muy distinta, su “realidad corporal”.
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Si empezamos por el principio, veremos en La Ilíada a Héctor, vencido, dirigiendo a su enemigo Aquiles una última súplica: que no permita que le despedacen los perros.
Por tu vida te ruego y tus rodillas
y tus progenitores,
no permitas que al lado de las naves
de los aqueos, canes me devoren.
(Sigo la traducción de Antonio López Eire.)
Héctor, el hijo de Príamo, llega a ofrecerle a Aquiles bronce y oro a cambio de que respetara su cadáver.
En cualquier narración contemporánea, Aquiles habría rendido honras fúnebres al enemigo.
Los grandes poetas, como Homero, acostumbran a ser mucho más punkis que los ganadores del Premio Loewe, así que Aquiles le responde que ni las rodillas le conmueven:
No me supliques, ¡perro!,
ni por mis padres ni por mis rodillas.
¡Ojalá de algún modo a mí mismo
corazón y coraje me indujeran
a cortarte en pedazos y tus carnes
comérmelas yo crudas.
No se lo llega a merendar, pero le quita las armas y golpean por turno el cadáver, entre insultos y risotadas, y después:
De ambos pies, por la parte de atrás,
taladró sus tendones
desde el tobillo hasta el talón.
Y le ata por las piernas a su carro, “mas su cabeza dejó que se arrastrara”, fustiga los caballos y se pasea con el cargamento ante los (llorosos) ojos de Príamo, el padre de Héctor, y ante la madre, que “cabellos se arrancaba”.
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