Macron afronta su peor crisis política con la calle en tensión | Internacional | EL PAÍS
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Bonjour l’expert politique français pour les Espagnols : il ne nous manque pas du tout.
A Valls no le cabe ninguna duda: si hubiese sido diputado ―lo fue durante parte de la primera legislatura de Macron, como independiente en las filas macronistas―, habría apoyado la reforma de las pensiones. Y si hubiese sido primer ministro, o presidente, hubiese activado, como hicieron Macron y Borne esta semana, el artículo 49.3. Cree que la alternativa, la derrota de la ley en la Asamblea, habría sido peor. Pero expresa dudas de fondo no solo sobre el contenido de la reforma, sino la manera como Macron ha gobernado sin lograr, ni en su primer mandato ni tras la reelección, reconciliar a los franceses, un pueblo eminentemente político, donde el Estado es objeto de todas las iras y a la vez todo se espera de él.
“En España no existe la misma relación con la política, no es un país centralizado como Francia, y los españoles no creen que la política vaya a cambiarlo todo”, analiza Valls en un café del barrio de Saint-Germain-des-Près. “En Francia, la política sirve tanto para la bomba atómica como para la recogida de basuras o para fijar la velocidad máxima en la carretera”. El ex primer ministro se refiere al poder del Estado y del presidente, que va desde tener a mano el botón nuclear hasta la seguridad viaria. Esto lo convierte en uno de los jefes de Estado más poderosos de las democracias modernas. Y, a la vez, en un monarca, la figura en la que se proyectan todas las iras, las neurosis de la nación.
“Hay en Francia un sentimiento terrible de decadencia”, dice Valls. Y precisa: “A mí me parece exageradísimo”. Que sea exagerado, sin embargo, no es obstáculo para que exista. Es una impresión ampliamente compartida: este país ya no es el que fue, los servicios públicos se degradan, faltan médicos o camas en los hospitales, la educación pública pierde excelencia y, pese a ser una potencia nuclear con sillón permanente en el Consejo de Seguridad de la ONU, de repente descubre que carece de suficientes tanques y municiones para ayudar a Ucrania. En este contexto, una reforma que se percibe como una agresión a los derechos sociales es la gota que colma el vaso.
A esto se añade que, después de unos años de continuas convocatorias electorales, los franceses no irán a las urnas hasta 2024 con las elecciones europeas y, después, hasta 2026 con las municipales. Y otro problema, según Valls: al contrario que en Alemania o España, donde sigue dándose una alternancia entre los viejos partidos de centroizquierda y centroderecha, en Francia este sistema saltó por los aires con la llegada de Macron al poder, y hoy no existe una oposición moderada al presidente, o es muy débil. “Como no hay elecciones y no hay alternativa, la olla a presión está al máximo”, resume el ex primer ministro. “No tener una solución es peor”.