• Las estatuas más incómodas de América

    En años recientes, conquistadores, militares y caudillos han sido bajados de sus pedestales por manifestantes o por los mismos gobiernos, que enfrentan un debate creciente sobre los símbolos y deben definir qué hacer con los monumentos antiguos, qué representan y qué lugar les corresponde

    En marzo de 2011, durante una visita oficial a la Argentina, el entonces presidente Hugo Chávez vio la estatua que se levantaba detrás de la Casa Rosada y preguntó: “¿Qué hace ahí ese genocida?”. Era una escultura de Cristóbal Colón de unos seis metros de alto y 38 toneladas, hecha en mármol de Carrara, ubicada allí desde hacía casi un siglo. “Colón fue el jefe de una invasión que produjo no una matanza, sino un genocidio. Ahí hay que poner un indio”, dijo Chávez. Para los funcionarios que lo acompañaban, ciudadanos de un país donde aún se repite que los argentinos descienden de los barcos, aquella figura tal vez nunca había resultado incómoda hasta ese momento. Pero tomaron nota de sus palabras.

    El comentario de Chávez no solo fue disparador de la remoción del monumento dedicado al marino genovés en Buenos Aires —una medida que tomó el Gobierno de Cristina Kirchner en 2013 y desató una larga polémica y una batalla judicial con la comunidad italiana—, sino también el síntoma de una época en que las sociedades de América, y algunos de sus dirigentes, empezaban a poner en discusión de forma más o menos central los símbolos que han dominado los espacios urbanos durante décadas. A veces manifestación de impotencia, a veces demagogia, a veces el descubrimiento repentino de una forma de mostrar la historia y de una resistencia que ya estaban allí desde hacía bastante tiempo, pero en los márgenes.

    “Las estatuas hablan siempre de quien las colocó”, escribió en 2020 el autor peruano Marco Avilés, columnista del Washington Post, después de una serie de ataques a monumentos confederados y a figuras de Cristóbal Colón durante las protestas antirracistas en Estados Unidos. En su texto, Avilés cuenta sobre el derribo a martillazos de una escultura del conquistador Diego de Mazariegos en San Cristóbal de las Casas, México, en octubre de 1992. Aquella estatua había sido emplazada 14 años antes frente a la Casa Indígena por orden del alcalde, para celebrar un aniversario de fundación de la ciudad. “Consultar a las personas indígenas o negras no es una costumbre muy extendida entre las élites que ahora gobiernan América Latina, y era peor hace cuatro décadas”, escribe Avilés.

    Bajar o dañar monumentos no es algo nuevo, pero desde finales de 2019, cuando las protestas en Chile marcaron el inicio de una ola de estallidos sociales en todo el continente, dejó de ser un gesto extremo, marginal, y pasó a ser una especie de corriente revisionista febril que recorría la región a martillazos. Y un desafío esperado. En Santiago, la escultura del general Baquedano —militar que participó en las campañas contra los mapuche y es considerado un héroe de la Guerra del Pacífico— se convirtió en ícono de la revuelta ciudadana. Fue pintada y repintada, embanderada, convertida en blanco y en proclama: la más notable de los más de mil monumentos dañados esos meses. En Ciudad de México, la estatua de Cristóbal Colón que estaba en el Paseo de la Reforma —la avenida más importante de la ciudad— fue retirada con rapidez la noche del 10 de octubre de 2020, ante el rumor de que algunos grupos planeaban destruirla el 12 de octubre. Ese mismo año comenzó en Colombia una serie de derribos de estatuas que llegó a su punto máximo durante el Paro Nacional de 2021, cuando bajaron la escultura del conquistador Sebastián de Belalcázar en Cali y siguieron con Gonzalo Jiménez de Quesada en Bogotá —fundador de la ciudad—, Cristóbal Colón, Isabel la Católica y hasta Simón Bolívar.

    Durante los últimos dos años, la pandemia permitió mitigar por momentos el fuego de la protesta social en el continente y ofreció un respiro a los monumentos, pero la crisis sanitaria ha dejado de ocupar un lugar central en la vida pública y los asuntos pendientes vuelven a salir a flote. Este mes, la alcaldía de Cali ha decidido restituir —y resignificar— la estatua de Belalcázar, y Chile ha reinstalado la estatua de Manuel Baquedano, ya restaurada, en el Museo Histórico Militar, aunque no está claro su destino final. Mientras el aumento en el costo de vida vuelve a caldear los ánimos en las calles de la región, y un nuevo 12 de octubre se acerca, la discusión sobre cómo y con qué símbolos se recuerda la historia propia en las ciudades de América sigue abierta.

    México y Argentina: un Colón en el armario

    En 2013, dos años después de la visita de Hugo Chávez a la capital argentina, el Gobierno de Cristina Kirchner finalmente retiró la estatua de Cristóbal Colón de su sitio y la reemplazó por una de Juana Azurduy, heroína de la independencia que luchó contra la monarquía española por la emancipación del Virreinato del Río de la Plata.

    El cambio levantó ampollas en la colectividad italiana en el país. Sus miembros recordaron que habían sido ellos los donantes de la estatua de Colón hacía más de un siglo y exigieron un nuevo emplazamiento a la altura del personaje. El proceso no fue sencillo. Colón estuvo a la intemperie durante más de dos años, repartido en múltiples fragmentos y preso de un arduo debate político. La oposición criticaba lo que consideraba una decisión desafectada de la historia; el Gobierno se escudaba en el revisionismo histórico y en la necesidad de respetar la memoria de los pueblos originarios.

    El Colón de mármol terminó de encontrar un sitio en 2017. El Gobierno levantó un pedestal en la costanera norte del Río de la Plata, entre pescadores, caminantes y puestos de comida que los fines de semana se llenan de gente. La estatua mira desde entonces hacia Europa, como lo hacía antes del traslado, con el rostro atento a las olas y abierto a las tormentas. Un sitio solo apto para marinos.

    Fue también un gobierno progresista el responsable de remover la estatua de Cristóbal Colón instalada en el Paseo de la Reforma de Ciudad de México, pero la medida no fue convertida en un gesto épico, sino en uno de evasión; una forma de evitar un problema: el 10 de octubre de 2020, dos días antes de la conmemoración de la llegada del genovés a América, las autoridades de la ciudad hicieron quitar la escultura de bronce. La versión extraoficial es que lo hicieron para que el Colón no fuera destruido por manifestantes el 12 de octubre. Sin embargo, semanas después, se anunció que la figura estaba resguardada en una bodega donde iban a intervenirla para su conservación, y que después de estos trabajos sería reubicada en otro sitio.

    Estas decisiones abrieron el debate sobre la pertinencia de la estatua en el siglo XXI. Los grupos que protestaban contra Colón aseguraban que se trataba de “un homenaje al colonialismo” y que su relevancia debía ser revisada. Su retiro coincidió con la conmemoración de los 500 años de la caída de Tenochtitlan ante los conquistadores españoles. A diferencia de lo que ocurrió en Argentina, no existieron reclamos a favor de conservar la estatua en la principal avenida de la capital mexicana, pero su destino siguió siendo una incógnita.

    El próximo mes se cumplirán dos años desde que la figura de Colón — que fue instalada en 1875— fuera retirada de las calles. “Se le dará un lugar, no se trata de esconder la escultura”, dijo el año pasado la jefa de Gobierno de la ciudad, Claudia Sheinbaum, sobre su reubicación. La glorieta que Colón ocupaba ahora alberga el Monumento de las Mujeres que Luchan, una improvisada manifestación de diversos grupos feministas que se han apropiado del sitio para protestar contra la violencia machista. El Gobierno tenía planes de instalar otro tipo de escultura, pero los planes permanecen frustrados hasta ahora.
    Chile y Colombia, de las calles a los museos

    En septiembre de 2020 en Popayán, capital del departamento colombiano del Cauca y una de las ciudades más poderosas del virreinato de la Nueva Granada, un grupo de indígenas de la comunidad misak derribó una estatua ecuestre del conquistador español Sebastián de Belalcázar que había sido ubicada en el lugar de un cementerio precolombino, por lo que era vista como una humillación. Lo hicieron tres meses después de que el Movimiento de Autoridades Indígenas del Sur Occidente difundiera un comunicado en el que los llamados Hijos del Agua o descendientes del Cacique Puben escenificaron un “juicio” a Belalcázar.

    Medio año después, cuando el país se sacudía por las protestas sociales en medio de un paro nacional, de nuevo un grupo misak del movimiento de Autoridades Indígenas del Sur Occidente derribó la estatua de Belalcázar en Cali, la tercera ciudad del país, cerca de Popayán. “Tumbamos a Sebastián de Belalcázar en memoria de nuestro cacique Petecuy, quien luchó contra la corona española, para que hoy sus nietos y nietas sigamos luchando para cambiar este sistema de gobierno criminal que no respeta los derechos de la madre tierra”, explicaron entonces. Diez días después, tras llegar a Bogotá, derribaron la estatua del fundador de la ciudad, Gonzalo Jiménez de Quesada. Y, de forma menos debatida y visible, cayeron también un conjunto de estatuas de Cristóbal Colón e Isabel la Católica, y una estatua ecuestre de Simón Bolívar.

    Esos monumentos y acciones han dejado tras sí una estela de reflexiones y unos dilemas de política pública que se han resuelto de manera diferente, como parte de un proceso de discusión del significado de la conquista en un país mayoritariamente mestizo. En Cali, un decreto ordenó reinstalar la estatua con una placa que debe reconocer a “las víctimas de la conquista española”. Bogotá ha optado por llevar las figuras derribadas a los museos, dejando visible los efectos de las caídas, para así dejar abierto el debate.

    Preservar las marcas de guerra en las esculturas parece una forma hábil de conciliar los significados múltiples que adquiere un monumento intervenido o derribado durante una protesta social, pero no es aplicable a cualquier escala. En Chile, en los cuatro meses siguientes a octubre de 2019, 1.353 bienes patrimoniales sufrieron algún tipo de daño a lo largo del país, según un catastro del Consejo de Monumentos Nacionales. Decenas de ellos se perdieron por completo, se retiraron o se reemplazaron.

    La extracción más simbólica debido a su ubicación en el epicentro de las revueltas fue la escultura del General Manuel Baquedano. La obra de bronce erigida hace casi un siglo en la Plaza Italia de Santiago fue removida de su sitio en marzo de 2021 después de que un grupo intentase cortar las patas del caballo sobre el que posa el militar. Tras una exhaustiva labor de restauración, la escultura ha sido reinstalada esta semana en el Museo Histórico y Militar (MHN) por solicitud del Ejército. Las otras seis piezas que conforman el conjunto escultórico, también seriamente dañadas, están almacenadas en el museo a la espera de ser restauradas.

    Atacar esculturas fue una práctica habitual durante las manifestaciones. En la mayoría de los casos fueron rayadas con proclamas, pero en los más extremos llegaron a destruir monumentos, principalmente de figuras de la colonización europea o militares chilenos. En el centro de la ciudad norteña de Arica, por ejemplo, destruyeron un busto de Cristóbal Colón elaborado con mármol, donado por la Sociedad Concordia Itálica en 1910, en el centenario de la independencia chilena. El municipio se encargó de resguardar los pedazos. En La Serena, 400 kilómetros al norte de Santiago, derribaron y quemaron una estatua del conquistador español Fracnisco de Aguirre, que luego fue reemplazada por la de una mujer diaguita amamantando a un bebé.
    Estados Unidos: contra confederados y colonialistas

    Las estatuas que se consideran símbolos del esclavismo y el racismo llevan décadas provocando polémica en Estados Unidos, pero en los últimos años la batalla sobre los símbolos se ha recrudecido. En 2017, la decisión de Charlottesville de retirar la estatua del general confederado Robert E. Lee llevó a movilizarse hasta allí a cientos de neonazis y supremacistas blancos con antorchas, y generó a su vez una contraprotesta de los habitantes de la ciudad. Una mujer de 32 años murió arrollada por el coche de un neonazi. Tras los disturbios, y la respuesta equidistante de Trump, decenas de placas y estatuas en homenaje al general Lee y otros destacados miembros del bando confederado, que defendía la esclavitud en la Guerra Civil, fueron derribadas, dañadas o retiradas. La de Charlottesville fue retirada cuatro años después de la revuelta supremacista.

    Esa llama reivindicativa contra el racismo institucionalizado se reavivó en la primavera de 2020 tras la muerte de George Floyd en Mineápolis a manos de la policía. Una estatua del presidente confederado Jefferson Davis fue derribada en Richmond (Virginia), y también en esa ciudad, que fue capital confederada durante la guerra, fueron atacadas estatuas de los generales J. E. B. Stuart, Stonewall Jackson y el propio Lee. Monumentos confederados en Alabama, Luisiana, Carolina del Norte y Carolina del Sur, entre otros, fueron derribados o pintados también.

    Especialmente en esa última oleada, las protestas han puesto en el punto de mira las estatuas en memoria de quienes consideran artífices del colonialismo. Una manifestación contra el racismo derribó en junio de 2020 en San Francisco una estatua de Fray Junípero Serra, fundador de las primeras misiones de California. También la de Los Ángeles fue derribada por activistas indígenas. Pero el más señalado por esa reivindicación contra el colonialismo fue y sigue siendo Cristóbal Colón, pese a que no pisó Norteamérica. También en junio de 2020, la estatua de Colón en Boston fue decapitada; la de Richmond (Virginia), fue arrancada y arrojada a un lago; la de Saint Paul (capital de Minnesota), fue derribada y la de Miami, llena de pintadas de protesta por parte del movimiento Black Lives Matter.
    Un nuevo sujeto social: los realistas peruanos

    En el Perú, Cristóbal Colón aún conserva su cabeza. No ha sido tumbado por sogas ni ha ido a parar a algún depósito. Pero cada 12 de octubre se discute si su estatua de mármol, inaugurada hace dos siglos, debe permanecer oronda en el Centro de Lima, con una mujer indígena a sus pies.

    Vladimir Velásquez, director del proyecto cultural Lima antigua, sostiene que el descontento ciudadano hacia el navegante genovés se ha manifestado en un ataque simbólico. “La escultura más vandalizada del Centro Histórico es la de Colón. No la han destruido de un combazo, pero en varias ocasiones le han rociado de pintura roja, aludiendo a los charcos de sangre que se desataron en la época colonial”, dice.

    En octubre de 2020, cincuenta activistas enviaron un pedido formal a la Municipalidad de Lima para que la estatua de Cristóbal Colón sea retirada y llevada a un museo. “No estamos a favor que se destruya, pero sí que se le dé una dimensión histórica. Debería construirse un lugar de la memoria sobre el coloniaje”, dice el abogado Abel Aliaga, impulsor de la moción. La respuesta municipal le llegó por correo electrónico el 4 de mayo de este año. Fue breve y contundente: es intocable por ser considerada Patrimonio Cultural de la Nación.

    En octubre del año pasado, sin embargo, sucedió un hecho inédito: al pie del monumento se plantó un grupo de manifestantes, autodenominados realistas, con escudos de madera pintados con el Aspa de Borgoña, símbolo de la monarquía española. El grupo llamado Sociedad Patriotas del Perú, que ha defendido el supuesto fraude a la candidata Keiko Fujimori en las últimas elecciones presidenciales, se enfrentó a los activistas decoloniales. No pasó a mayores, pero hubo tensión. Hay un debate ideológico debajo de la alfombra que amenaza con salir a la luz el próximo 12 de octubre.

    https://elpais.com/internacional/2022-09-25/las-estatuas-mas-incomodas-de-america.html

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  • #Virginia Removes Robert E. Lee Statue From State Capital

    The Confederate memorial was erected in 1890, the first of six monuments that became symbols of white power along the main boulevard in #Richmond.

    One of the nation’s largest Confederate monuments — a soaring statue of Robert E. Lee, the South’s Civil War general — was hoisted off its pedestal in downtown Richmond, Va., on Wednesday, bringing to an end the era of Confederate statues in the city that is best known for them.

    At 8:54 a.m., a man in an orange jacket waved his arms, and the 21-foot statue rose into the air and glided, slowly, to a flatbed truck below. The sun had just come out and illuminated the towering, graffiti-scrawled granite pedestal as a small crowd let out a cheer.

    “As a native of Richmond, I want to say that the head of the snake has been removed,” said Gary Flowers, a Black radio show host and civil rights activist at the scene.

    It was an emotional and deeply symbolic moment for a city that was once the capital of the Confederacy. The Lee statue was erected in 1890, the first of six Confederate monuments — symbols of white power — to dot Monument Avenue, a grassy boulevard that was a proud feature of the city’s architecture and a coveted address. On Wednesday, it became the last of them to be removed, opening up the story of this city to all of its residents to write.

    “This city belongs to all of us, not just some of us,” said David Bailey, who is Black and whose nonprofit organization, Arrabon, helps churches with racial reconciliation work. “Now we can try to figure out what’s next. We are creating a new legacy.”

    The country has periodically wrestled over monuments to its Confederate past, including in 2017, after a far-right rally in Charlottesville, Va., touched off efforts to tear them down — and to put them up. Richmond, too, removed some after the murder of George Floyd last year, in a sudden operation that took many by surprise. But the statue of General Lee endured, mostly because of its complicated legal status. That was clarified last week by the Supreme Court of Virginia. On Monday, Gov. Ralph Northam, who had called for its removal last year, announced he would finally do it.

    The battle over Civil War memory has been with Americans since the war itself. At its root, it is a power struggle over who has the right to decide how history is remembered. It is painful because it involves the most traumatic event the nation has experienced, and one that is still, to some extent, unprocessed, largely because the South came up with its own version of the war — that it was a noble fight for states’ rights, not slavery.

    The Lee monument, a bronze sculpture made by a French sculptor, was erected to make those points. When it was unveiled, on May 29, 1890, the crowd that turned out was the largest gathering in Richmond since the inauguration of Jefferson Davis as president of the Confederacy in 1862, with around 150,000 participants, according to the Virginia Department of Historic Resources.

    The statues on Monument Avenue were at the heart of Richmond’s identity, and the fact that they came down seemed to surprise almost everybody.

    “I would have thought somebody would blow up Richmond first before anyone would have let that happen,” Mr. Bailey said. “It’s a modern-day miracle.”

    But Richmond has changed. And as it became more diverse, demographically and politically, more of its residents began to question the memorials. Many people interviewed in this once conservative city said that they might not have agreed in past years, but that now the removal of the statues felt right.

    “I’ve evolved,” said Irv Cantor, a moderate Democrat in Richmond, who is white and whose house is on Monument Avenue. “I was naïvely thinking that we could keep these statues and just add new ones to show the true history, and everything would be fine.”

    But he said the past few years of momentous events involving race, from the election of the first Black president, to the violence in Charlottesville in 2017, to the killing of Mr. Floyd last summer and the protests that followed, showed him that the monuments were fundamentally in conflict with fairness in America.

    “Now I understand the resentment that folks have toward these monuments,” said Mr. Cantor, who is 68. “I don’t think they can exist anymore.”

    Now they are nearly all gone, and the city is littered with a series of empty pedestals, a kind of symbol of America’s unfinished business of race that is particularly characteristic of Richmond. (One smaller Confederate monument remains, of General A.P. Hill, in northern Richmond, far from Monument Avenue. The city has enacted a plan to remove it, but it has taken time because his remains are inside.)

    “We’ve begun to peel back the scabs,” said the Rev. Sylvester Turner, pastor at Pilgrim Baptist Church in the Richmond neighborhood of Eastview, who has worked on racial reconciliation in the city for 30 years. “When you do that, you experience a lot of pain and a lot of pushback, and I think we are in that place.”

    Richmond’s statue story is not typical. W. Fitzhugh Brundage, a historian at the University of North Carolina at Chapel Hill, said that while several Democratic-controlled cities in the South have removed Confederate statues, a vast majority have remained standing. In his state of North Carolina, there were about 220 memorials on public lands in 2017. Today, about 190 are still standing.

    Progress on race in America tends to be followed by backsliding — and backlash — and many Black people interviewed in Richmond said they were bracing for that. Darryl Husband, senior pastor of Mt. Olivet Church in Richmond, works with conservative white churches and does not trust that they really want the change they say they do.

    Mr. Husband was unsentimental about the Lee statue coming down, more interested in real change that would improve the lives of Black people.

    “My first feelings obviously had to do with, ‘OK, what’s next?’” he said. “The symbol is down, but how do we deal with the rest of the symptoms that symbol represented?”

    In Richmond, as in many other places, the argument over race now centers on whether American institutions have racism baked in.

    Maggie Johnston, 62, a waitress who is white, might have rejected that notion earlier in life. She grew up in a Republican family whose firm belief was that hard work always brought success. But time in prison — and a wrenching reckoning with her own mistakes — opened her eyes.

    Ms. Johnston, who watched the monument come down on Wednesday while walking her dog Peanut, said her friends say, “I’m a hard-working person and I don’t have any privilege.” She tells them that privilege is not about money. “Privilege is about thinking the world works for everybody else the way it works for you.”

    Mr. Husband argued that the current thinking from conservatives on race was about who has the right to define America: “It says don’t mess with our power. Our power is in our ability to create the narrative of history.”

    Corey Widmer, pastor at Third Church, a mostly white, largely conservative church in Richmond, said he had wrestled with resistance to the current moment. He has worked hard to help his congregants accept how much the country has moved on race. They have read books, held Zoom sessions and debated what was happening. Some congregants changed. Others left the church.

    “There’s so much fear and so much political polarization,” said Mr. Widmer, who is white. He said every pastor in Richmond who is trying to help white Christians see Black Americans’ perspective and “reckon with our own responsibility has really been grieved by the conflict and pain that it has caused.”

    He added: “And yet this is how we change. Face it head on. Work through it. Love each other. Try to stay at the table. And just keep working. I don’t know what else to do.”

    On Wednesday morning, with the pedestal now empty, and General Lee on his way to a state warehouse, Mr. Flowers, the radio show host, was happy. He said he planned to celebrate by telling pictures of his dead relatives that “the humiliation and agony and pain you suffered has been partly lifted.”

    https://www.nytimes.com/2021/09/08/us/robert-e-lee-statue-virginia.html

    #Robert_Lee #guerre_civile #USA #Etats-Unis #statue #toponymie #toponymie_politique #histoire

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  • Trump refuse de rebaptiser les #bases_militaires honorant des généraux sudistes

    Le président américain Donald Trump s’est dit mercredi catégoriquement opposé à l’idée de rebaptiser des bases militaires portant le nom de #généraux_sudistes, y voyant un manque de #respect pour les #soldats.

    Les tweets présidentiels interviennent au moment où les manifestations contre le racisme, consécutives à la mort de George Floyd sous le genou d’un policier blanc, ont relancé avec vigueur le débat sur le passé esclavagiste du pays.

    Ce n’est pas la première fois que Donald Trump se range de ce côté sur ce sujet sensible aux Etats-Unis où certains voient dans l’#hommage rendu aux #Sudistes, qui étaient favorables à l’esclavage, la célébration d’un passé raciste.

    A l’été 2017, il avait estimé que l’#histoire américaine était « mise en pièces » par le retrait de statues de personnages des Etats confédérés.

    Dix bases de l’armée de terre, toutes situées dans le sud du pays, portent le nom d’anciens #militaires_sudistes.

    Dans une série de tweets, le président américain a estimé que ces bases « légendaires » faisaient désormais partie du #patrimoine américain. Et martelé que son gouvernement n’étudierait « même pas » la possibilité de les renommer.

    « Respectez notre armée ! », a-t-il conclu.

    Mardi, le ministre de la Défense s’était de son côté dit, par la voix d’une porte-parole, « ouvert à une discussion sur le sujet ».

    Une statue de généraux sudistes est enlevée à Dallas (Texas) en septembre 2017

    Dans ses messages, le président américain cite en particulier #Fort_Bragg en #Caroline_du_Nord.

    Cette base, la plus grande du pays, porte le nom d’un ancien général de l’armée sécessionniste, #Braxton_Bragg, qui est surtout connu pour avoir perdu la grande #bataille_de_Chattanooga en 1863.

    Une base de #Géorgie honore #Henry_Benning, un général esclavagiste convaincu, qui avait plaidé pour la création d’une « #Slavocratie_sudiste ».

    Il existe aussi un #Fort_Lee, du nom du commandant en chef de l’armée sudiste #Robert_Lee, situé à une trentaine de kilomètres de #Richmond, capitale des Etats confédérés pendant la guerre.

    Le Pentagone avait déjà envisagé de renommer ces bases en 2015, après la fusillade de Charleston, en Caroline du Sud, où un jeune suprémaciste blanc avait tué neuf fidèles noirs dans une église. Mais l’armée de Terre avait finalement choisi de conserver les noms actuels.

    Preuve que ce débat récurrent est bien revenu au premier plan, la présidente de la Chambre des représentants Nancy Pelosi a appelé mercredi soir au retrait des 11 statues du Capitole représentant des soldats et des responsables confédérés.

    « Ces statues célèbrent la #haine, pas notre patrimoine », a-t-elle estimé.

    Défendant les tweets présidentiels, Kayleigh McEnany, porte-parole de la Maison Blanche, a estimé que changer le nom de ces bases serait insultant pour tous les soldats américains qui y ont été stationnés.

    Et argué qu’il s’agissait d’une pente glissante, évoquant par exemple le retrait temporaire du film « Autant en emporte le vent », de la plateforme de streaming HBO Max.

    Le long-métrage, qui présente une version romantique du Sud et une vision très édulcorée de l’#esclavage, est considéré par nombre d’universitaires comme l’instrument d’une forme de #révisionnisme_sudiste.

    « Jusqu’où faut-il aller ? », s’est-elle interrogée.

    « George Washington, Thomas Jefferson et James Madison doivent-ils être effacés de l’Histoire » ? a-t-elle poursuivi, dans une allusion au fait que ces présidents possédaient des esclaves.

    En 2017, M. Trump avait déjà tenu le même raisonnement pour défendre le maintien des statues de généraux sudistes.

    Mais la mise sur le même plan d’hommes qui ont joué un rôle central dans la création du pays et de ceux qui ont mené la « #sécession » contre celui-ci au nom de la défense de l’esclavage avait suscité de vives critiques.

    Près d’un siècle sépare la déclaration d’indépendance qui a fondé les Etats-Unis d’Amérique, le 4 juillet 1776, et la Guerre de Sécession.

    Cette dernière, qui a déchiré la nation de 1861 à 1865, a fait quelque 620.000 morts, soit un bilan bien plus lourd pour les Etats-Unis que les deux guerres mondiales réunies.

    https://www.courrierinternational.com/depeche/trump-refuse-de-rebaptiser-les-bases-militaires-honorant-des-
    #USA #Etats-Unis
    #toponymie #toponymie_politique

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  • Confederate Monuments Are Now Coming Down All Over the South

    Over the last twelve hours, three statues associated with the Confederacy have been removed as protesters continue to demonstrate against police brutality and racial inequality.

    As residents in more than 40 cities have taken to the streets over the last week to engage in both peaceful and destructive protests over the police killing of George Floyd, some have turned their focus on one particular historical wound: Confederate monuments.

    Monday evening, in three Southern states—Florida, Alabama, and Virginia—protesters toppled graffiti-covered statues celebrating the former Confederate government that fought to uphold the institution of slavery, as crowds cheered.

    “With the recent death of many of those across this nation, we say enough is enough. We are done dying, and we’re done being reminded,” William Barnes, president of the Birmingham Urban League, said in a statement calling for an Alabama monument’s removal. “We’re done being reminded of the atrocities against African Americans.”


    https://twitter.com/DrewWilderTV/status/1267797698222096389?ref_src=twsrc%5Etfw%7Ctwcamp%5Etweetembed%7Ctwterm%5E12

    On Monday night, a statue of Confederate General Robert E. Lee was toppled from its pedestal in front of his namesake high school in Montgomery, Alabama. As the figure fell, a small crowd cheered and honked before briefly singing: “Hey, he-ey, goodbye.”

    The Montgomery Police Department said multiple people had been arrested in the incident, which occurred on a state holiday commemorating President of the Confederate States Jefferson Davis, but declined to provide any additional details. The Monday holiday is one of three in Alabama that celebrate the Confederacy.

    “The statue was damaged and there are suspects in custody. Charges are pending,” Montgomery Police Captain Saba Coleman said.

    In Birmingham, demonstrators attempted to take down a Confederate Soldiers and Sailors monument on Sunday evening—a 115-year-old statue that has been at the center of a legal fight between the city and the state attorney general’s office.

    “It used to be a sore. It’s cancer. It’s eating away at the community,” Jefferson County Commissioner Sheila Tyson said Monday during a press conference demanding its removal, adding that it represented hundreds of years of torment. “We cannot grow, we cannot expand with this monster wings over us, choking us, and it’s got to leave.”

    While protesters were unsuccessful in toppling the 52-foot-tall statue, some residents tore down the monument of Charles Linn, one of Birmingham’s founders and a former Confederate Navy officer, that was also in the park. Two other statues on either side of the Confederate memorial—the Spirit of the American Doughboy and the memorial to Spanish American War Veterans—were also defaced with graffiti.

    At around 9 p.m. on Monday, Birmingham Mayor Randall Woodfin stepped in to finish the job protesters started, vowing to remove the Confederate Soldiers and Sailors monument that has stood in Linn Park since 1905.

    “In order to prevent more civil unrest, it is very imperative that we remove this statue,” Woodfin told the Birmingham News. As of Monday evening, demolition crews had already started to dismantle the monument.

    In Florida, a bust of Lee that sat on a pedestal in downtown Fort Myers was removed at the request of Sons of Confederate Veterans, according to the Orlando Sentinel. On Monday evening, protesters were seen surrounding the pedestal—that did not include the bust of the Civil War general—during a protest for Floyd.

    The United Daughters of the Confederacy also took preemptive measures in Alexandria, Virginia, on Tuesday morning, removing the Appomattox statue that has stood in the middle of Old Town since 1889. The bronze statue, which commemorated Confederate soldiers from the area, has been relocated to an undisclosed location amid the ongoing protests and the statue’s pillar will also be removed to avoid any damage.

    “Alexandria, like all great cities, is constantly changing and evolving,” Alexandria Mayor Justin Wilson said on Twitter Tuesday.

    Wilson later told Washingtonian magazine the city has been in discussions with the United Daughters of the Confederacy for some time about removing the statue, but decided to accelerate the process on Monday evening to “ensure there was no drama about it. We did not want to see a repeat of Charlottesville or anything else.”

    The United Daughters of the Confederacy did not immediately return The Daily Beast’s request for comment.

    The push toward eradicating old tributes to the Confederacy has sped up over the last week in several other states. In Richmond, a Robert E. Lee memorial was covered in graffiti Saturday night—as was a Stonewall Jackson statue. Several miles away, the headquarters of the United Daughters of the Confederacy was similarly vandalized with the phrases “police are creepy” and fuck racists” before it was set on fire, according to the Richmond Times-Dispatch.

    The Confederate Defenders statue in Charleston, South Carolina, was also spray painted, the Post and Courier reported. And in North Carolina, a crowd set fire to the Market House in Fayetteville. The National Historic Landmark constructed in 1832 was used as a town hall and a slave market.


    https://twitter.com/DavisABC11/status/1266890829060345862?ref_src=twsrc%5Etfw%7Ctwcamp%5Etweetembed%7Ctwterm%5E12

    The protests raging across the nation all center around George Floyd, who died May 25 after Minneapolis police officer Derek Chauvin pressed his knee to the 46-year-old’s neck for more than eight minutes.

    While the county autopsy reports that Floyd died of cardiac arrest and had underlying health issues, an independent report commissioned by his family states that the 46-year-old was in good health and died of strangulation from pressure to his back and neck.

    After a national outcry, the four officers involved in the incident were fired and Chauvin was charged with third-degree murder and second-degree manslaughter. Protesters are now demanding the other three officers be charged for what some are calling a “legalized lynching.”

    https://www.thedailybeast.com/confederate-monuments-are-coming-down-all-over-the-south-as-george-fl

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